Con la silenciosa rotundidad de las cosas realmente grandes, las películas de Joanna Hogg se han ido abriendo paso para mostrar una de las voces más personales y consecuentes del cine europeo actual. Desde su debut en el 2007, la británica ha cocinado a fuego lento una filmografía cargada de verdad y de talento, en la que las complejas dinámicas de las relaciones humanas (y cómo cada uno las percibe) está al frente. Su particular forma de concebir la narración está gobernada por la lógica de la subjetividad: sin sentimentalismos habla de las contradicciones y mil caminos laberínticos por los que discurre nuestra interacción con la gente que queremos. Con un gran sentido pictórico y un manejo magistral de los colores, en sus películas también los espacios, las casas y los paisajes tienen un papel fundamental. Porque las turbulencias emocionales pueden estar en sintonía con el más profundo goce estético. Un fulgor discreto que hace que todas y cada una de sus películas permanezcan con nosotros después de salir de la sala de cine, apoderándose de nuestros pensamientos sin que nos demos cuenta. Como las mejores obras de arte.
Festival de Cine de Sevilla