POMO

Perfecto para una resaca después de la fiesta de Nochevieja. Sin diálogos, sólo la narración visual típicamente efectiva de John Woo, como en una película de Van Damme de los años 90. Con escenas de acción nada malas y un Joel Kinnaman aceptable como "héroe de acción del pueblo". Más o menos como Nadie, pero más holgazana en términos de guion y sin humor. Con un poco de kitsch, por ejemplo, cuando se le aparece al padre afligido el rostro de su hijo muerto incluso en la bola de Navidad. ¿Y las palomas blancas no estaban en la película o no las noté?

Una película de fantasmas excelente, con un nuevo enfoque y la idea genial de conectarse con "el otro lado" y personajes adolescentes civiles, cuyo drama de relaciones es tan fuerte e importante como la dimensión misteriosa. Caras no vistas, un estado de ánimo cada vez más sombrío y un cierre de la historia denso. El debut australiano con parámetros de calidad de las mejores piezas del productor Jason Blum.

Escrita en el papel, la cadencia de giros inesperados, que intensificaban constantemente la tensión de la situación, podría haber parecido buena. Pero en términos de probabilidad y credibilidad, el resultado sale fatal. Y la madre rubia, que se suponía que sería el motor de la película, es casi ridícula. Un intento fallido de darle vida al tradicional tema del allanamiento de morada. Y a la actriz Joely Richardson la recuerdo sólo de películas mejores que ésta.

El primer cuarto de hora presenta magistralmente a los personajes centrales, sus dolores internos, conflictos y motivaciones en la vida. Sobre todo, el personaje de Enzo Ferrari, fabricante e ingeniero, un hombre de hierro y de principios con una vida familiar destrozada. Adam Driver nació para este papel; la energía y el tono de la película tienen que ver incluso más con él que con los coches. La fatídica pero enérgica música de Daniel Pemberton, a veces acompañada de voces, le da alma a la película. La estilización retro del entorno y otros personajes es genial, cada uno de los actores secundarios tiene la personalidad necesaria. Acertadas declaraciones de diálogo que arrojarán luz sobre el peligro mortal de la pasión de los corredores y la difícil posición de Ferrari y su empresa en la industria en cuestión: la responsabilidad de vivir en la búsqueda no sólo del prestigio, sino también del mantenimiento fundamental del negocio de la empresa.

Esas 140 minutos pasará como agua. J. A. Bayona domina el oficio y las reglas del género, y tiene en sus manos una fuerte historia real. No se detiene en el prólogo ni en el avión volando, y arroja a sus personajes al infierno de la nieve lo antes posible. Solo allí los conocemos. Las mutuas confesiones de sentimientos en una situación desesperada funcionan y el creciente número de personas que mueren constantemente añade dramatismo. El canibalismo se presenta discretamente y sorprende sobre todo por el tiempo que los héroes de la historia tuvieron que funcionar en él. Y cómo se acostumbraron a él. Buenos actores y un impresionante cierre de la película con ideas entre líneas. Solo tengo una objeción al trabajo con la orientación en la edición de algunas tomas de la exploración del área montañosa alrededor del avión.

Un papel típico para el gran Barry Keoghan en una película de relaciones con matices de El Talento de Mr. Ripley, en el marco de La favorita con éxitos del Britpop. El panóptico de personajes de la familia rica, en el que se infiltra el personaje de Keoghan, no despierta, sin embargo, la comprensión, el interés o la simpatía del espectador, sobre el que recae la red crucial de sus relaciones con él, incluso para la dramatización de la película. Relaciones que simplemente no están bien establecidas. La película se convierte así en una construcción cínico-psicológica ambiciosa pero insuficientemente funcional, con pocas escenas interesantes y una ambigüedad constante que induce a la curiosidad. Al final, sin embargo, parece más bien el resultado de la misma dirección imprecisa con la que Emerald Fennell dirigió Una joven prometedora.

Goulash épico de corte slasher. Aunque sin atmósfera ni miedo, pero con un visible conocimiento del género slasher y un guion que efectivamente puede potenciarlo y en ocasiones incluso sorprender. No sólo tenemos aquí masacres sangrientas, sino también un secuestro espectacular y las escenas de la búsqueda del asesino recuerdan a El silencio de los corderos o Seven. Incluso un guiño a La noche de Halloween en la primera toma de la película demuestra que aquí no se robará de los clásicos, sino que se los respetará. En algunos lugares, los asesinatos son exagerados como de clase B, pero de forma simpática. La cena crujiente del Día de Acción de Gracias está al borde de lo repugnante. Y la chica principal, Nell Verlaque, es bonita y nada ordinaria.

Ingenua pero dulce. La revelación retrospectiva de las conexiones de quién, qué y por qué está bien pensada en la primera mitad, el ciclismo en la segunda mitad es aún más rápido, más tenso y con más obstáculos. La probabilidad de que se produzcan encuentros tan "aleatorios" en Manhattan es mínima, y ​​perseguir una bicicleta en sus concurridas calles no es realista, pero la película no se toma a sí misma en serio, así que eso está bien. Las chicas son bonitas, Joseph Gordon-Levitt es simpático y el villano Michael Shannon está excéntricamente bien trastornado para una comedia de acción. A los ciclistas les va a gustar, la acción está efectivamente rodada y montada.

Funny Games sin reparos artísticos o compromisos en cuanto al nivel de horror mostrado, que aún puede resultar cómodo para el espectador. Miguel Ángel Vivas crea en tomas largas una atmósfera densa con un presentimiento de cosas malas que el espectador espera que no sucedan. Porque sabe con qué facilidad podría encontrarse en la misma situación en la vida real. Y sucederán... Sin embargo, además de este juego psicológico con el espectador compuesto de manera muy astuta, el guion también huele al siniestro objetivo de sacudirlo cruzando los límites habituales del entretenimiento de género. Y con esto se tira al suelo justamente en el gran detalle por el que aplaudimos al sofisticado y cauteloso Haneke.

De la fiesta de Netflix No mires arriba y Ruido de fondo. Y apuntando al blanco tan bien como las dos películas mencionadas, pero no acertando como uno esperaba. Diálogos cognitivos con algunos pensamientos existenciales, pero que no son reveladores en modo alguno. El dramatismo de la película potencia las escenas de tensión creciente, que cada vez sólo nos dan una pista de lo que podría estar pasando "ahí fuera". Y ciervos digitales para darle un toque de misticismo, pero sin una integración significativa en la estructura de la trama. La elegante cámara que intenta lograr cierta invención envuelve, pero no alcanza la atrevida creatividad de Jordan Peele. Y el nivel conversacional sólo intenta hacer sociología a nivel de guionista europeo o asiático. Aun así, la película es divertida y vale la pena verla. Y también entiendo que alguien puede considerarla una interesante contribución alternativa al género de desastres. Así es exactamente como eso podría suceder.